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“Too Big to Fail” de HBO: demasiado complicada para traducir


I feel just like Winona Ryder / In that movie about vampires.

And she couldn’t get that accent right./ Neither could that other guy.

–John Grant, “Sigourney Weaver”

La subsidiaria latinoamericana de HBO tiene su sede en Caracas y yo trabajé como subtitulador para ella durante mi época de estudiante. De vez en cuando, algunas de las películas que traduje en los 90 hacen su aparición en la pantalla y logro verificar qué tan bueno o tan malo era yo como traductor en aquel entonces. De hecho, en diciembre, estando en Venezuela, tuve el chance de ver dos películas que yo traduje: Bram Stoker’s Dracula de Francis Ford Coppola (¿me pagaban por eso?) y A Chorus Line. La verdad es que me sorprendió no avergonzarme demasiado de los subtítulos. Debo reconocer que el mérito no es solo mío: HBO, aunque un tanto a trancas y barrancas, logró conformar un equipo bastante profesional. El estándar general de sus traducciones para América Latina sigue siendo bastante elevado.

Sin embargo, en el caso de Too Big to Fail (reseñada aquí la semana pasada), los subtituladores se han topado con una rara avis que los ha dejado mal parados. Aunque el vocabulario no es tan esotérico que alguien que lea el periódico dejaría de entenderlo, TBTF tiene suficientes aristas especializadas como para requerir más análisis e investigación del que dispone el traductor que trabaja en una línea de producción industrial. Añádase a ello que se dispuso de muy poco tiempo para hacer la versión al español. El estreno en Estados Unidos fue hace apenas un mes. Debido a la temática de actualidad de la película, sospecho que se hizo un esfuerzo para lanzarla en el mínimo tiempo posible antes de que pierda más frescura. Y la premura se nota.

Primero, la figura central de la cinta, Hank Paulson, era el secretario del Tesoro de Bush, no el “ministro de hacienda”. Aunque el “chancellor of the Exchequer” puede transmitirse como “ministro de finanzas” del Reino Unido, el título de secretario del Tesoro de EE.UU. no tiene que ser “localizado”. Por otra parte, el británico banco Barclays (el candidato original para rescatar a Lehman Brothers) también sufre de un trastorno de personalidades múltiples: unas veces es “Barkleys” y en otra es “Barclay’s”. Otros resbalones simplemente hacen que una trama complicada se convierta en un oscuro laberinto sin salida ni iluminación. En una escena en el punto más álgido de la crisis, Hu Jintao informa a Paulson que los rusos estaban tramando una venta masiva y simultánea de bonos de Fannie Mae y Freddie Mac, las entidades semigubernamentales que garantizan hipotecas en Estados Unidos. Se trata de un detalle técnico, pero el subtitulador convierte los bonos de Fannie y Freddie en “acciones”, lo cual enturbia las aguas considerablemente. Otros errores son simplemente imperdonables: en una de esas, un “trillion” se convierte en un “trillón” (la deuda del Gobierno americano es pesada, pero tampoco imposible de pagar —al menos por ahora). En todo caso, consultar un diccionario, incluso el más ramplón, habría evitado estos gazapos.

Un último error demuestra que el subtitulador simplemente inventó un término cuando no tenía la más mínima idea de lo que estaba traduciendo. Los “investment banks” se convierten inexplicablemente en “banca industrial”. ¿“Banca industrial”? ¿Qué es la “banca industrial”? Más aún, ¿por qué no se podía consultar un simple diccionario bilingüe no especializado?

¿Habría podido hacerlo mejor a los veintidós años? Quizás sí, quizás no. En todo caso, creo que habría intentado resolver estas dudas con un poco más de ahínco.

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com

“Too Big to Fail” de HBO: demasiado superficial para filmar


Jamie Dimon: Somebody dropped the ball…

Lloyd Blankfein: Somebody dropped the ball, kicked the coach in the nuts

and took a crap in the quaterback’s mouth.

Too Big to Fail (2011)

Me encuentro en Venezuela, inmerso en diversos menesteres tributarios e identificativos. Aparte de lidiar con la burocracia, un resfriado me ha permitido ver mucha televisión. Logré captar la versión subtitulada de la peli “Too Big to Fail” de HBO.

Primero, la película como película no es muy buena. Y esto no sorprende. Es difícil sacar una narrativa coherente de unos hechos tan caóticos y técnicos como la crisis financiera de 2008. Al fin y al cabo, es una larga serie de reuniones entre hombres blancos en traje y corbata. Si se quiere dar una narrativa desde el punto de vista de la haute finance a la crisis, el libro Too Big to Fail de Andrew Ross Sorkin es el punto ideal para comenzar, porque es una obra increíblemente superficial. Reduce toda la crisis a una serie de reuniones y llamadas telefónicas entre banqueros. Es una telenovela para Wall Street pero sin bailarinas exóticas. Sorkin es un periodista del New York Times que tiene relaciones muy estrechas con los grandes jefes de la banca. Una de las sorpresas del libro es lo francos que fueron algunos de los magnates de Wall Street al hablar con él. Aunque Sorkin no cita las fuentes, en muchos casos resulta obvio de dónde vienen algunas versiones de determinadas escenas. Recientemente, Sorkin armó un miniescándalo al sugerir en una columna que el “Big Short”, la Gran Posición Corta de Goldman (que incluyó apuestas contra sus propios clientes y llevó a que el banco fuese públicamente investigado por el Congreso), al fin y al cabo no era tan grande. Un incómodo detalle es que Goldman es un patrocinador corporativo de la columna, lo que pone un poco en entredicho su ética periodística.

Pero el libro es superficial no porque le haga carantoñas a este o aquel banquero, sino porque reduce un problema complejo a una serie de choques entre personalidades. Hank y Dick no se llevan bien. Ben y Tim son amigotes. La crisis, al fin y al cabo, se debió a un fallo sistémico que abrió grietas traumáticas en múltiples niveles de la sociedad estadounidense: en lo financiero, económico, político, social y hasta cultural. Y en sus 800 páginas, Sorkin no asoma ni el más mínimo indicio de cómo sucedió un desastre de proporciones tan faraónicas. Contrástese con el sobrio libro que escribió su colega del New York Times Joe Nocera con Bethany McLean (All the Devils Are Here), donde se cuenta la lastimosa y triste historia que va desde los intentos por ampliar el acceso a las hipotecas a los más pobres mediante la invención del subprime, pasando por la titulización hasta llegar a las monstruosidades como el CDO sintético cúbico.

En descargo de la película, hace un mayor esfuerzo que el libro homónimo en explicar la crisis al lego. Hay una escena muy artificial en la que la agregada de prensa (la actriz pelirroja que interpretaba a Miranda en Sex and the City) le dice al equipo de Paulson que tiene que explicar la crisis en términos sencillos a los periodistas. Así que Paulson, Neel Kashkari y Jim Wilkinson se turnan para iluminar la complicada trama que va desde las hipotecas del Lumpenproletariat hasta el declive de Occidente. Y hasta allí llega el servicio público que HBO hace al esclarecimiento de lo que Jon Stewart denominó Clusterf*ck to the Poorhouse.

Una vez escogido el libraco de Sorkin, el director estructura la trama alrededor de Paulson, el antiguo consejero delegado de otra empresa en la que trabajé, Goldman Sachs. Como secretario del Tesoro de Bush, fue el timonel que guió la nave del Estado por la crisis financiera hasta su eventual semirresolución en una reunión en octubre de 2008 en la que el Gobierno y la Reserva Federal obligaron a los nueve bancos más importantes del país a aceptar inyecciones de capital a cambio de acciones preferentes. La única escena que a mi modo de ver capta el dramatismo de los hechos es una en la que Paulson se pasea insomne por su casa a medianoche. Su esposa lo encuentra y discuten la creciente oleada de quiebras bancarias. En la escena, el actor William Hurt transmite hasta cierto punto la inmensidad de la responsabilidad que recae sobre un hombre en un momento semejante y, sobre todo, la avasallante impotencia de no poder hacer nada para controlar la avalancha de destrucción económica que se cernía sobre el mundo entero.

Hay otra escena en la que Tim Geithner, entonces presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York y hoy secretario del Tesoro de Obama, está trotando por Wall Street en la mañana del rescate de AIG. Observa a una muchedumbre salir del metro. Piensa: “Ninguna de estas personas sabe lo que se avecina. No tienen ni idea”. Debería ser una escena dramática, pero resulta sosa.

Mucho más impactante es una escena muy similar en The Big Short de Michael Lewis. Sucede también durante la caótica semana en septiembre de 2008 que siguió a la quiebra de Lehman Brothers. Los agentes de un hedge fund que llevaba meses apostando contra el mercado de la vivienda de repente dejan de trabajar porque están sobrecogidos por la inmensidad del caos en los mercados. Salen de su oficina y terminan paseando hasta la Catedral de San Patricio y ven la muchedumbre de personas caminando por la Quinta Avenida:

Se quedaron sentados en las escaleras de la catedral durante una hora más o menos. “Estando sentados allí, nos sentíamos extrañamente tranquilos”, cuenta Danny. “Nos sentíamos aislados de toda la realidad del mercado. Era una experiencia extracorporal. Nos sentamos y observamos a la gente pasar y hablamos sobre lo que sucedería. ¿Cuántas de estas personas iban a perder sus empleos? ¿Quién iba a alquilar esos edificios una vez que todas las empresas de Wall Street colapsaran?”

Porter Collins pensaba que “era como si el tiempo se hubiese detenido. Mirábamos a estas personas y decíamos, ‘Estas personas están arruinadas o están a punto de quedar arruinadas’. Aparte de eso, nadie estaba muy preocupado en FrontPoint. Eso era lo que habían estado esperando: un colapso total”.

(…)

“Nuestra forma de interpretarlo, que no nos agradaba, era que al adoptar posiciones cortas en este mercado, estábamos creando la liquidez que haría que el mercado continuara funcionando”.

“Era como alimentar el monstruo”, afirmó Eisman. “Alimentamos el monstruo hasta que estalló”.

El monstruo estaba estallando. Pero en las calles de Manhattan no había ningún indicio de que estuviera sucediendo mayor cosa. La fuerza que afectaría todas las vidas de estas personas estaba oculta. Ese era el problema con el dinero: lo que la gente hace con él tiene consecuencias, pero están tan alejadas de las acciones originales que la mente nunca conecta unas con otras. Las hipotecas con tipos iniciales bajos que concedes a personas que no las pueden pagar no entran en mora de inmediato sino dentro de dos años. Los diversos bonos que creas con esos préstamos no entrarán en mora cuando estas personas dejen de pagar sus préstamos sino meses después. Después de muchos tediosos desahucios y quiebras y ventas forzosas. Los diversos CDO que creas con esos bonos no declararán el impago en ese mismo instante sino después de que algún fideicomisario decida si hay suficiente efectivo para realizar los pagos. Y en ese momento el propietario del CDO recibe una carta que dice “Estimado señor: lamentamos informarle que su bono ya no existe”. Pero el rezago más grande de todos estaba allí mismo, en las calles. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que las personas caminando delante de la Catedral de San Patricio se dieran cuenta de lo que les estaba sucediendo? (pp. 250-252)

Para mí, hay pocas páginas en la literatura norteamericana que condensen de una forma tan dramática un momento histórico tan decisivo. Realmente no creo que haya un paralelo en la literatura de la Gran Depresión (ojalá alguien esté tratando de convertir The Big Short en una película).

Sospecho que la escena de Geithner mirando a las personas anónimas salir del metro está calcada de esta escena, aunque no tiene ni la décima parte del patetismo de la versión de Lewis. Y esto es sintomático de la debilidad del proyecto. Habría sido mil veces más interesante centrarse en personajes extravagantes como los elegidos por Michael Lewis o buscar alguna otra cohorte de individualidades que hubiese participado en la absurda burbuja de la década pasada. Porque el lienzo de la crisis financiera de 2008 es tan amplio y variado como la sociedad norteamericana misma. Retratarla desde las salas de reuniones de Wall Street es, extrañamente, la forma más aburrida de hacerlo.

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com