Quod natura non dat, Salmantica non praestat.
You can take the boy out of Texas, but you can’t take Texas out of the boy.
Uno de los gajes de este oficio es que uno está expuesto de forma periódica a las recomendaciones paternalistas de Fundéu sobre cómo esquivar el pecaminoso anglicismo. Para esta clase de instituciones, la traducción es un problema y un peligro, no una actividad cultural enriquecedora. Cual celosos guardacostas lingüísticos, los empleados de Fundéu están constantemente a la caza del extranjerismo coleado en alguna patera procedente del Canal de la Mancha.
El problema con las instituciones no sujetas a control democrático es que se les suele ir la mano. Se otorgan a sí mismas más que suficiente soga para ahorcarse. Un ejemplo de la normatividad desbordada lo tenemos en una pieza publicada hace algunos meses: La traducción, consejos básicos, firmada por dos profesores de periodismo de la Universidad Europea de Madrid. Antes que nada, llama la atención que dos catedráticos que no son traductores sean los convocados a instruir al público sobre lo que se debe y no se debe hacer al ejercer la actividad de la traducción. Y a partir de allí, todo es cuesta abajo.
El texto arranca con un consejo inicial de una condescendencia tan sublime que flirtea con lo insultante. La recomendación inicial es nada más y nada menos que hay que «ser fieles al original».
A partir de allí, la caída es prácticamente vertical.
Siguen recomendaciones completamente insondables por su absoluta falta de conocimiento de la lingüística:
…es habitual que quienes traducen del inglés incluyan muchas más oraciones en voz pasiva de las que habitualmente emplea el español. Algunas son sencillamente incorrectas (las que se forman con verbos intransitivos en español); otras, poco naturales en nuestra lengua, que tiende a la voz activa tanto como el inglés a la pasiva.
Francamente, estamos en el reino de lo que podríamos llamar «realismo mágico gramatical». Esto es una ruidosa colisión entre la normatividad en castellano con la guerra que sus primos hermanos ingleses han luchado desde hace siglos contra la voz pasiva. Lo que los une: la lucha totalmente histérica en ambos idiomas contra la voz pasiva (fruto de un prejuicio tonto sin ningún fundamento científico). Realmente asombra el desparpajo con el que los autores lanzan al aire estos datos absolutamente espurios.
Lo más chocante es que la afirmación en cuestión es completamente empírica y verificable. Cabe la pregunta: ¿en qué estudios lingüísticos se basa esta proposición de que «el inglés tiende más a la voz pasiva que el español»? Pues yo te lo puedo decir: absolutamente en ningún estudio empírico, aparte de la fértil imaginación de los autores y el pesado fardo de la tradición de sinsentidos normativos que ellos se encargan de transmitir de forma completamente acrítica.
Estos hispanohablantes ignoran que los mismos fundamentalistas del idioma inglés llevan siglos luchando contra la voz pasiva basados en argumentos tan imaginarios como baladíes («la voz pasiva es débil, es indicativa de pensamientos pasivos», etc.).
Si nos obsesiona tanto la voz pasiva (y poseemos un mínimo de curiosidad intelectual), no creo que sería tan difícil asignar a un ordenador, un programa básico de análisis de corpus lingüísticos y un becario nimileurista la tarea de generar algunos datos sobre la frecuencia de la voz maldita en los respectivos idiomas. Hasta entonces, el reino de las recomendaciones de uso seguirá inmerso en un Hades precopernicano donde también conviven los horóscopos, el cartílago de tiburón, el vudú y la homeopatía.
Pero, sorpresa, he aquí que hace ya más de veinte años una lingüista llamada Carmen Gómez Molina analizó diversos corpus para medir la frecuencia del uso de la pasiva y llegó a la siguiente conclusión (tajante):
El número de construcciones pasivas en inglés no es superior al calculado en los corpus españoles, y en el alemán parece haber menos. (…) Hasta que se demuestre lo contrario, no parece que el español emplee menos fórmulas pasivas que las lenguas con las que se le compara de costumbre. Incluso a veces sucede lo contrario, sin diferencia de género y en cada género en particular. Las intuiciones y la repetición de lugares comunes deberían evitarse. (Josse De Kock, Carmen Gómez Molina, Las formas pronominales del verbo y la pasiva, pp. 99-100)
«Las intuiciones y la repetición de lugares comunes deberían evitarse.» En mis sueños más autoritarios, los fanáticos de la normatividad tendrían que tatuarse esta oración en la frente.
Resulta que a veces aunque la naturaleza no lo haya dado, Salamanca sí lo presta, pero hay que estar lo suficientemente avispado para aceptar dicho préstamo. Ahora bien, mi pregunta es la siguiente: si el Estado español invirtió dinero hace dos décadas para que dos catedráticos salmantinos llegasen a esta conclusión científica, ¿cómo es posible que un cuarto de siglo después la noticia no haya llegado a la Escuela de Periodismo de la Universidad Europea de Madrid? ¿Será un problema de comunicación? ¿Quizás el mal estado de las carreteras que comunican a Madrid con Salamanca? ¿Falta de disponibilidad de Internet en una de las dos ubicaciones? No lo sé.
Cuando yo estudiaba en pregrado, uno de las formas más facilonas de sentirse superior era reírse de la ignorancia de los estudiantes de comunicación social. No sé si esos estereotipos seguirán vigentes, pero, de ser así, quizás un paso hacia adelante para superarlos sería incluir algún cursillo sobre lingüística dentro de la carrera. Y quizás no estaría de más hacer la misma recomendación a las escuelas de traducción e interpretación, ya que sus graduados no se quedan muy a la zaga a la hora de transmitir estas consejas de viejas durante su diario quehacer.
En resumen, resignémonos a que los académicos de la lengua (que no científicos de la lengua) siempre verán la traducción como una actividad sospechosa que se debe vigilar con el mismo cuidado con que la policía inglesa vigila las puertas de la embajada de Ecuador en Londres. Pero ruego encarecidamente a los señores de Fundéu que antes de lanzar al ciberespacio un texto que 1) obtendrá una difusión extensa debido al prestigio de Fundéu y la ansiedad un poco histérica que siente la gente al usar su propio idioma, y 2) permanecerá rebotando por Internet durante muchos años debido a la persistencia de los mensajes electrónicos, consulten a un lingüista de trayectoria reconocida o a una traductora de buena reputación. Solicito humildemente que, a la hora de advertir a los traductores que anden con cuidadito, al menos tengan la cortesía de emplear a personas realmente cualificadas para al menos no seguir esparciendo leyendas y mitos estúpidos sobre el lenguaje.
Acerca de Miguel Llorens
Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com. También estoy en Twitter y LinkedIn.