Fundéu ataca de nuevo: traducción, voz pasiva y consejas de viejas


Quod natura non dat, Salmantica non praestat.

You can take the boy out of Texas, but you can’t take Texas out of the boy.

Uno de los gajes de este oficio es que uno está expuesto de forma periódica a las recomendaciones paternalistas de Fundéu sobre cómo esquivar el pecaminoso anglicismo. Para esta clase de instituciones, la traducción es un problema y un peligro, no una actividad cultural enriquecedora. Cual celosos guardacostas lingüísticos, los empleados de Fundéu están constantemente a la caza del extranjerismo coleado en alguna patera procedente del Canal de la Mancha.

El problema con las instituciones no sujetas a control democrático es que se les suele ir la mano. Se otorgan a sí mismas más que suficiente soga para ahorcarse. Un ejemplo de la normatividad desbordada lo tenemos en una pieza publicada hace algunos meses: La traducción, consejos básicos, firmada por dos profesores de periodismo de la Universidad Europea de Madrid. Antes que nada, llama la atención que dos catedráticos que no son traductores sean los convocados a instruir al público sobre lo que se debe y no se debe hacer al ejercer la actividad de la traducción. Y a partir de allí, todo es cuesta abajo.

El texto arranca con un consejo inicial de una condescendencia tan sublime que flirtea con lo insultante. La recomendación inicial es nada más y nada menos que hay que «ser fieles al original».

A partir de allí, la caída es prácticamente vertical.

Siguen recomendaciones completamente insondables por su absoluta falta de conocimiento de la lingüística:

…es habitual que quienes traducen del inglés incluyan muchas más oraciones en voz pasiva de las que habitualmente emplea el español. Algunas son sencillamente incorrectas (las que se forman con verbos intransitivos en español); otras, poco naturales en nuestra lengua, que tiende a la voz activa tanto como el inglés a la pasiva.

Francamente, estamos en el reino de lo que podríamos llamar «realismo mágico gramatical». Esto es una ruidosa colisión entre la normatividad en castellano con la guerra que sus primos hermanos ingleses han luchado desde hace siglos contra la voz pasiva. Lo que los une: la lucha totalmente histérica en ambos idiomas contra la voz pasiva (fruto de un prejuicio tonto sin ningún fundamento científico). Realmente asombra el desparpajo con el que los autores lanzan al aire estos datos absolutamente espurios.

Lo más chocante es que la afirmación en cuestión es completamente empírica y verificable. Cabe la pregunta: ¿en qué estudios lingüísticos se basa esta proposición de que «el inglés tiende más a la voz pasiva que el español»? Pues yo te lo puedo decir: absolutamente en ningún estudio empírico, aparte de la fértil imaginación de los autores y el pesado fardo de la tradición de sinsentidos normativos que ellos se encargan de transmitir de forma completamente acrítica.

Estos hispanohablantes ignoran que los mismos fundamentalistas del idioma inglés llevan siglos luchando contra la voz pasiva basados en argumentos tan imaginarios como baladíes («la voz pasiva es débil, es indicativa de pensamientos pasivos», etc.).

Si nos obsesiona tanto la voz pasiva (y poseemos un mínimo de curiosidad intelectual), no creo que sería tan difícil asignar a un ordenador, un programa básico de análisis de corpus lingüísticos y un becario nimileurista la tarea de generar algunos datos sobre la frecuencia de la voz maldita en los respectivos idiomas. Hasta entonces, el reino de las recomendaciones de uso seguirá inmerso en un Hades precopernicano donde también conviven los horóscopos, el cartílago de tiburón, el vudú y la homeopatía.

Pero, sorpresa, he aquí que hace ya más de veinte años una lingüista llamada Carmen Gómez Molina analizó diversos corpus para medir la frecuencia del uso de la pasiva y llegó a la siguiente conclusión (tajante):

El número de construcciones pasivas en inglés no es superior al calculado en los corpus españoles, y en el alemán parece haber menos. (…) Hasta que se demuestre lo contrario, no parece que el español emplee menos fórmulas pasivas que las lenguas con las que se le compara de costumbre. Incluso a veces sucede lo contrario, sin diferencia de género y en cada género en particular. Las intuiciones y la repetición de lugares comunes deberían evitarse. (Josse De Kock, Carmen Gómez Molina, Las formas pronominales del verbo y la pasiva, pp. 99-100)

«Las intuiciones y la repetición de lugares comunes deberían evitarse.» En mis sueños más autoritarios, los fanáticos de la normatividad tendrían que tatuarse esta oración en la frente.

Resulta que a veces aunque la naturaleza no lo haya dado, Salamanca sí lo presta, pero hay que estar lo suficientemente avispado para aceptar dicho préstamo. Ahora bien, mi pregunta es la siguiente: si el Estado español invirtió dinero hace dos décadas para que dos catedráticos salmantinos llegasen a esta conclusión científica, ¿cómo es posible que un cuarto de siglo después la noticia no haya llegado a la Escuela de Periodismo de la Universidad Europea de Madrid? ¿Será un problema de comunicación? ¿Quizás el mal estado de las carreteras que comunican a Madrid con Salamanca? ¿Falta de disponibilidad de Internet en una de las dos ubicaciones? No lo sé.

Cuando yo estudiaba en pregrado, uno de las formas más facilonas de sentirse superior era reírse de la ignorancia de los estudiantes de comunicación social. No sé si esos estereotipos seguirán vigentes, pero, de ser así, quizás un paso hacia adelante para superarlos sería incluir algún cursillo sobre lingüística dentro de la carrera. Y quizás no estaría de más hacer la misma recomendación a las escuelas de traducción e interpretación, ya que sus graduados no se quedan muy a la zaga a la hora de transmitir estas consejas de viejas durante su diario quehacer.

En resumen, resignémonos a que los académicos de la lengua (que no científicos de la lengua) siempre verán la traducción como una actividad sospechosa que se debe vigilar con el mismo cuidado con que la policía inglesa vigila las puertas de la embajada de Ecuador en Londres. Pero ruego encarecidamente a los señores de Fundéu que antes de lanzar al ciberespacio un texto que 1) obtendrá una difusión extensa debido al prestigio de Fundéu y la ansiedad un poco histérica que siente la gente al usar su propio idioma, y 2) permanecerá rebotando por Internet durante muchos años debido a la persistencia de los mensajes electrónicos, consulten a un lingüista de trayectoria reconocida o a una traductora de buena reputación. Solicito humildemente que, a la hora de advertir a los traductores que anden con cuidadito, al menos tengan la cortesía de emplear a personas realmente cualificadas para al menos no seguir esparciendo leyendas y mitos estúpidos sobre el lenguaje.

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com. También estoy en Twitter y LinkedIn.

«Gran Bretaña» es y no es el «Reino Unido», o las trampas de la normatividad


Cuando le preguntas a un inglés cuál es la diferencia entre Gran Bretaña y el Reino Unido, responde como un soldadito bien entrenado que Gran Bretaña es la isla donde se encuentran Inglaterra, Escocia y Gales, mientras que el Reino Unido, en contraste, es la entidad política que reúne a Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Esta distinción queda reflejada en una advertencia emitida por la Fundéu hace algunas semanas:

Términos que no deben emplearse indistintamente.

Recuérdese que Gran Bretaña está formada por Inglaterra, Escocia y el País de Gales; y el Reino Unido por Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

Por tanto, Gran Bretaña no es sinónimo de Reino Unido, puesto que se deja fuera a Irlanda del Norte y que tampoco lo es Inglaterra, que solo es una parte del país, como lo son Gales, Escocia e Irlanda del Norte.

Ahora bien, esto es técnicamente correcto, por cuanto corresponde con el concepto estricto que se emplea para hablar de este país. El problema es que la regla según la cual «Gran Bretaña» no coincide con el «Reino Unido» no se respeta en muchos usos de estos términos por parte de los mismos británicos. Si se escucha a un inglés hablar de «Britain» e incluso «Great Britain» y se le pregunta si está excluyendo explícitamente de su afirmación a Irlanda del Norte, en el 99% de los casos te dirá que no, que estaba usando estos términos en sentido laxo. Gran sorpresa: el uso lingüístico se desvía con frecuencia de la norma y el concepto. Por eso, traducir sus afirmaciones al español como «Gran Bretaña» en lugar del «Reino Unido» sería incorrecto. En este caso, «Great Britain» es el «Reino Unido», en contradicción directa de la advertencia de Fundéu. Dicho de otro modo, el traductor o revisor que imagina que el término «Britain» en muchos de sus textos se debe traducir como Gran Bretaña se está equivocando rotundamente. En muchos casos, debe traducir este término usando «Reino Unido», porque el hablante no está excluyendo a Irlanda del Norte de su afirmación. Lo que quisiera ilustrar es que afincarse excesivamente sobre las definiciones lexicográficas sin tener en cuenta el contexto del uso te llevaría a cometer errores de traducción. Y lo que distinguirá a un buen traductor de un gran traductor es tener esa sabiduría que no está en los libros. Es importante saber apartarse de nuestros doctos diccionarios y normas cuando así lo dicten el sentido común y el respeto por las idiosincrasias del uso.

Me parece un ejemplo perfecto de los errores en los que podemos incurrir al creer que hay una correspondencia unívoca entre nuestros conceptos, nuestras palabras y nuestra realidad. Y creo que esta es una de las principales flaquezas de la normatividad a ultranza de ciertas instituciones lingüísticas: creer que la definición del diccionario tiene alguna clase de precedencia sobre el uso, o que incluso refleja tanto el uso como el concepto exhaustivamente. Un diccionario no es una autoridad, ni una descripción del uso, ni una descripción completa de nuestros conceptos. Es un poco de todas estas cosas a la vez y ninguna. Y por eso debemos aprender a utilizarlo como una herramienta y no como una recopilación de leyes. Desconfía de todo aquel que bese el libro después de cerrarlo.  

Aprender reglas es fácil. Los chimpancés son tan buenos como los seres humanos para eso. Es muchísimo más difícil prestar atención a las sutilezas del uso y las trampas conceptuales del lenguaje. Una de estas dos habilidades es la que distingue a un profesional realmente útil. Adivina tú cuál es cuál.

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com. También estoy en Twitter y LinkedIn.

La distinción traductor/intérprete ahora es parte de la jurisprudencia en EE.UU.


Confieso que no me gusta demasiado la distinción entre traductor, entendido como persona que se dedica a traducir textos escritos, e intérprete, persona que traduce textos orales. Tanto en español como en inglés, choca contra el uso del 80% de los hablantes, lo cual lo convierte en un cultismo que puede degenerar en lo pedante o una acepción técnica que alguien del público general no tiene por qué conocer. A mi modo de ver y basándome en el uso, no es incorrecto denominar traductor a un intérprete, aunque denominar intérprete a alguien que está traduciendo un documento sí es claramente incorrecto. Claro que en mi andar diario respeto la distinción escrupulosamente, pero tampoco miro mal a quien no la conoce.

Resulta que esta semana la Corte Suprema de Estados Unidos dictó sentencia en un caso que tiende a darle más claridad a esta distinción. Un jugador de béisbol se aloja en un hotel japonés de Saipán y se lesiona. El jugador demanda a la cadena de hoteles en los juzgados de Estados Unidos por daños y perjuicios. Pierde el caso. La cadena de hoteles exige que el jugador-demandante les resarza por los costes de traducción de documentos escritos en virtud de una ley que otorga el derecho al demandado victorioso a reclamar gastos de «interpretación». El beisbolista se negó a pagar los 5.000 dólares al alegar que la ley se refiere exclusivamente a servicios de interpretación y no a la traducción de documentos escritos. La Corte Suprema falló a favor del jugador lesionado. Estoy de acuerdo porque, como observé ene el párrafo anterior, llamar al traductor de un documento escrito un intérprete vacía a la palabra de cualquier significado.

Para llegar a esta conclusión, el tribunal supremo de Estados Unidos, en una decisión mayoritaria redactada por el magistrado Samuel Alito, se basó en un análisis de diccionarios publicados hacia 1978, fecha de promulgación del estatuto que ordenaba el reintegro de estos costes a los demandados por alegatos falsos. Cito la decisión mayoritaria:

It is telling that all the dictionaries cited above defined “interpreter” at the time of the statute’s enactment as including persons who translate orally, but only a handful defined the word broadly enough to encompass translators of written material. See supra, at 5–7. Although the Oxford English Dictionary, one of the most authoritative on the English language, recognized that “interpreter” can mean one who translates writings, it expressly designated that meaning as obsolete. See  supra, at 6. Were the meaning of “interpreter” that respondent advocates truly common or ordinary, we would expect to see more support for that meaning. We certainly would not expect to see it designated as obsolete in the Oxford English Dictionary. Any definition of a word that is absent from many dictionaries and is deemed obsolete in others is hardly a common or ordinary meaning.

La decisión minoritaria, redactada por la magistrada Ruth Bader Ginsburg, afirma lo siguiente:

In short, employing the word “interpreters” to include translators of written as well as oral speech, if not “the most common usage,” ante, at 8, is at least an “acceptable” usage, ibid. Moreover, the word “interpret” is generally understood to mean “to explain or tell the meaning of: translate into intelligible or familiar language or terms,” while “translate” commonly means “to turn into one’s own or another language.” Webster’s 1182, 2429. See also Random House Dictionary of the English Language 744, 1505 (1973) (defining the transitive verb “interpret” as, inter alia, “to translate,” and “translate” as “to turn (some­thing written or spoken) from one language into another”).

En general, me parece que al citar esta lectura de un solo diccionario, Ginsburg entra en territorio dudoso (más aún al conceder que el uso defendido no es el más común pero sí es aceptable). Más convincente me parecen las citas que proporciona de varias decisiones muy recientes donde se habla del intérprete como alguien que traduce o puede traducir textos escritos.

Obviamente, los hechos y nuestras interpretaciones, tanto en lo legal como lo lingüístico, no son blancos ni negros. Es bueno tenerlo en cuenta a la hora de desenfundar nuestras espadas por este o aquel uso de una palabra.

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com. También estoy en Twitter y LinkedIn.

¡Hombre, un traductor!


(La siguiente pieza fue escrita por los blogueros invitados Ruth Gámez y Fernando Cuñado de http://www.traduccionjuridica.es.)

Esta exclamación es algo que escuchamos a menudo cuando visitamos clientes y potenciales compradores de nuestros servicios. Sí, somos traductores y visitamos clientes.

Hace algunas semanas participamos en un interesante intercambio de opiniones sobre el tema del marketing de los servicios de traducción. Tal cosa sucedió en Twitter donde, hay que reconocerlo, últimamente suceden algunas de las cosas más interesantes, y en él participaron varios colegas. Fruto de este debate, el autor de este blog (@miguelllorens) nos invitó a compartir nuestra experiencia con sus lectores, lo que le agradecemos humilde y sinceramente.

Circulan hoy un sinfín opiniones acerca de la eficacia de las redes sociales como instrumentos de marketing y captación de clientes. Algunos gurús de las nuevas tecnologías aseguran que es posible captar innumerables clientes y hacer crecer nuestro negocio usando exclusivamente, o de forma primordial, estos medios. Otros profesionales (entre los que nos encontramos) defienden que la labor de captación de clientes es mucho más eficaz usando métodos tradicionales. No estamos en contra de las redes sociales ni somos traductores del tipo San Jerónimo, del que hablaba hace poco nuestra amiga Isabel (@igcutillas). Pensamos que las redes sociales sirven para muchas cosas: informarnos, aprender, compartir conocimientos, conocer colegas y darnos a conocer. Pero no creemos que sean, ni mucho menos, los mejores instrumentos para que un traductor autónomo capte nuevos clientes y haga crecer su negocio. Al menos nosotros no lo hemos conseguido hasta la fecha. Y no será por no intentarlo. Será por falta de pericia, será por falta de conocimientos o por no haberlo hecho adecuadamente. Tal vez. Pero, también es cierto que nueve de cada diez traductores entrevistados reconocen haber captado uno o ningún cliente después de años posteando blogs magníficos y teniendo una gran corte de seguidores en Twitter. Parece que no estamos solos en nuestra impericia.

Cómo lo hacemos nosotros, entonces. Pues bien, no pretendemos descubrir nada nuevo en este artículo ni inventar la rueda. Lo único que hacemos es lo siguiente: (i) seleccionamos clientes que sean potenciales compradores de nuestros servicios; (ii) tratamos de identificar a la persona encargada de contratar las traducciones en dicho cliente (para esto LinkedIn puede ser útil); (iii) llamamos por teléfono a la empresa o buscamos algún contacto que nos haga llegar hasta esa persona para tratar de concertar una entrevista; (iv) nos ponemos el traje y vamos a visitarles. Cuando los pasos (ii) y (iii) son muy complicados, y a menudo lo son, nos los saltamos y pasamos directamente al (iv).

Es verdad que existen otras fórmulas: contacto telefónico, referencias de otros colegas, pruebas de traducción. Válidas, sobretodo, para trabajar con agencias de traducción (ver entradas recientes en los blogs de @pabletepucela o @Martine_FC). Debemos aclarar aquí que nosotros trabajamos, casi exclusivamente, con clientes directos.

Las razones por las que utilizamos este método para hacer crecer nuestro negocio son dos. La primera es porque a nosotros nos funciona. Sí, es cierto, no es muy científico, lo reconocemos. Pero también es cierto que de cada diez visitas presenciales que hacemos solemos conseguir entre uno y dos nuevos clientes. Un ratio de conversión del 10 % o el 20 % en una acción de marketing es un ratio muy alto, pero hay que tener en cuenta que son acciones muy enfocadas que conllevan un arduo trabajo previo y posterior. ¿Cuántos tuiteos, comentarios en facebook o contactos en LinkedIn hacen falta para obtener este ratio? Lo más probable es que nadie lo sepa.

La segunda razón es porque pensamos que la relación traductor-cliente es una relación comercial basada, primordialmente, en la confianza. No en el precio, como algunos creen. Años de experiencia nos han llevado a la conclusión de que las empresas que contratan asiduamente traducciones necesitan confiar en su proveedor. Los servicios del traductor son muy valiosos y, en ocasiones, muy críticos para el negocio de nuestros clientes. Aunque lo primero que nos pidan siempre sea el mejor precio (lo que tiene mucho sentido cuando no nos conocen), nosotros sabemos, y ellos saben, que lo que necesitan es poder confiar a ojos cerrados en su proveedor de traducciones. Esta confianza es difícil de generar por correo electrónico. Una visita personal de contacto ayuda a ponernos cara y facilita iniciar una relación comercial. Un trabajo impecable posterior ayuda a cimentar la confianza de nuestro cliente. Y una visita ocasional cuando ya llevamos tiempo trabajando juntos sirve para crear una relación personal de confianza y beneficio mutuo.

Así trabajamos con casi todos nuestros clientes. No es que sea la forma más fácil de hacerlo, pero creemos que es la mejor y la más rentable a largo plazo. Esta estrategia conlleva invertir tiempo, dinero y esfuerzo. Pero, gracias a ella hemos ido creando, poco a poco, una cartera de clientes que confía en nosotros y que, en la mayoría de los casos, no nos pregunta el precio de la traducción antes de encargarla.

Puede que dentro de algún tiempo seamos capaces de conseguir el mismo nivel de eficacia usando las redes sociales ¡Quién sabe! Entre tanto, tendremos que seguir leyendo a @edans y continuar aprendiendo de los expertos. Se admiten todo tipo de sugerencias.

Ruth Gámez y Fernando Cuñado son traductores autónomos y licenciados en Derecho. Se dedican a la traducción jurídica de inglés y francés. Puedes contactar con ellos a través de su página web (http://www.traduccionjuridica.es) o seguir su cuenta en Twitter (@traduccionjurid).

El blog, ese medio bastardo


Para mí, más criticables son los ejemplos del «tsunami de contenido» en los que una empresa de traducción embasura Internet con posts que no dicen absolutamente nada y que simplemente están diseñados para subir un peldaño más en los resultados de una búsqueda en Google. También me asombran los posts de dueños de agencia en los que admiten: 1) que reclutan en ProZ; 2) que muchas veces los traductores reclutados por esa vía no entregan a tiempo o no entregan nada; y 3) que no les pagan a los subcontratistas cuando surgen conflictos. Pero peor aún son los posts que lanzan los «gurús» de la traducción para decirnos perogrulladas vacías.

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La blogosfera, igual que la novela en su época inicial, es un medio bastardo. No es ni ensayo, ni diario personal, ni artículo de periódico, ni página web, ni libro de autoayuda. Es quizás todas esas cosas y ninguna. (Tampoco una bitácora, esa propuesta un poco estrafalaria para evitar el anglicismo.)

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Uno de los economistas más importantes de Estados Unidos mantiene un blog donde la mitad de las entradas discute temas financieros y la otra mitad es un diario donde comenta los hechos de la Segunda Guerra Mundial como si estuvieran sucediendo en vivo. El ciberespacio es ancho y ajeno. Hay licencia para toda clase de aciertos, excentricidades e infortunios.

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 Gran parte de las polémicas que veo sobre la calidad los blogs se debe a la confusión sobre el género del blog. No se puede medir una entrada por el mismo rasero que un editorial en El País, del mismo modo que las consideraciones estéticas aplicables a una novela no son pertinentes a un poema épico. Es como decir que la Eneida no respeta las convenciones de la novela negra.

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com. También estoy en Twitter y LinkedIn.

Fundéu y la traducción de «fiscal compact»


Jeff: Webster’s dictionary defines… Annie: Stop! “Webster’s dictionary defines”?! That’s the Jim Belushi of speech openings! It accomplishes nothing, everybody keeps using it, and nobody knows why. —Community, “Urban Matrimony and the Sandwich Arts”


Dicen que para quien tiene un martillo, todos los problemas parecen clavos. Yo añadiría que quien tiene un martillo y carece de oficio útil empieza a ver clavos donde ni siquiera hay problemas. Y se lanza a martillar salvajemente sobre todo cuanto Dios creó, como un niño inquieto que no se ha tomado su medicamento antihiperactivo.

Uno de los problemas con la lucha contra los falsos amigos es que lleva gradualmente a la sospecha paranoide de que todos los amigos son falsos.

Hace un par de meses, circuló el siguiente ukaz de la Fundéu, típico de esta época de crisis de deuda soberana (lo copio en su totalidad):

La expresión pacto fiscal, traducción habitual en los medios de fiscal compact, puede resultar ambigua en español, por lo que se recomienda traducirla por pacto presupuestario.

El adjetivo fiscal tiene en inglés un doble sentido, que puede dar lugar a cierta confusión cuando se traduce al español. Por un lado alude a lo ‘relativo a aspectos tributarios o impositivos’, pero por otro, a ‘la relación entre ingresos y gastos públicos’, es decir, a la política presupuestaria de un país, que en inglés se denomina fiscal policy.

En el caso del fiscal compact, pacto que se abordó en la cumbre del pasado 30 de enero como parte del nuevo Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria, no solo los medios, sino también diversas instituciones lo tradujeron como pacto fiscal, cuando, dado que se refiere al control presupuestario de las Haciendas públicas, hubiera resultado más apropiado traducirlo por pacto presupuestario.

Se recomienda por tanto, tal como propone el servicio de terminología del Consejo de la UE, traducir el adjetivo inglés fiscal por presupuestario, de la Hacienda pública o de las finanzas públicas y restringir el uso de los adjetivos españoles fiscal, impositivo, tributario y contributivo para traducir el término inglés tax.

Demasiada tela para tan poco tiempo. ¿Por dónde empezamos? Comencemos por esta afirmación, que es la premisa básica:

El adjetivo fiscal tiene en inglés un doble sentido, que puede dar lugar a cierta confusión cuando se traduce al español. Por un lado alude a lo ‘relativo a aspectos tributarios o impositivos’, pero por otro, a ‘la relación entre ingresos y gastos públicos’, es decir, a la política presupuestaria de un país, que en inglés se denomina fiscal policy.

Primero, hay que decir que, en lo que a dobles sentidos se refiere, estamos en terreno movedizo. Cualquier persona mínimamente cuidadosa se daría cuenta de que estos dos sentidos están íntimamente relacionados. Los aspectos tributarios o impositivos son una parte esencial de la relación entre ingresos y gastos públicos, de modo que nos vendría bien movernos con cierto cuidadito. El problema es que el traductor no especializado en finanzas, a quien nada de esto le interesa, le resulta más fácil registrar el dato “fiscal en inglés no es igual a fiscal en español” y seguir de largo.

Pasemos ahora al análisis. Lo primero que quisiera señalar es que es falso que el adjetivo fiscal en inglés tenga un doble sentido. Consultemos los diccionarios monolingües en inglés para comprobarlo.

Esta definición está tomada del Webster:

Definition of FISCAL

1

: of or relating to taxation, public revenues, or public debt

¿Alguien observa aquí algún doble sentido? Yo lo que veo es una constelación de significados con un parentesco estrecho.

Veamos dictionary.com:

fiscal [fis-kuhl]    adjective

1. of or pertaining to the public treasury or revenues: fiscal policies.

2. of or pertaining to financial matters in general.

¿Dónde está ese traicionero doble sentido? Hasta ahora, en las cabezas de Fundéu. Visitemos los diccionarios Cambridge para no despreciar el inglés británico:

fiscal

adjective /ˈfɪs.kəl/ specialized

Definition

connected with (public) money

Podríamos multiplicar los ejemplos, pero creo que queda demostrado que no hay tal doble sentido en inglés. Lo que sí hay es un sentido restringido de la palabra y otro uso más general. En el sentido restringido, la palabra se refiere exclusivamente al tema tributario, a las tasas impositivas y los diferentes tributos que movilizan los gobiernos para recaudar fondos. En el uso más amplio, se refiere tanto a los impuestos que recaudan como los gastos en que incurren los gobiernos. Ahora bien, esto no es evidencia de un doble sentido. El hablante de inglés percibe la diferencia, que es bastante sutil, gracias al contexto sin mayores problemas. Tanto es así que ningún diccionario inglés ha considerado que esta elasticidad sea lo suficientemente acentuada como para merecer una mención o, alternativamente, la división en dos acepciones distintas (alguien mínimamente familiarizado con el tema financiero añadiría que se trata de una distinción escolástica).

Ahora bien, pasemos del otro lado de la puerta, al castellano. ¿Hay una distinción nítida en el uso del adjetivo «fiscal» en español que exija restringirlo solo a los aspectos relativos a los impuestos?

Veamos el DRAE. No tiene una entrada para el adjetivo, pero el sustantivo «fisco» indica lo siguiente:

fisco.

(Del lat. fiscus).

1. m. Erario, tesoro público.

2. m. Conjunto de los organismos públicos que se ocupan de la recaudación de impuestos.

Diferentes fuentes en línea que se consultan con rapidez tampoco revelan una distinción tajante entre lo fiscal como presupuestario y lo fiscal como recaudatorio:

fiscal adj.

1   Relativo al fisco: licencia fiscal; reforma fiscal.

Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.

fiscal

adj. Relativo al fisco o al oficio de fiscal.

Diccionario Enciclopédico Vox 1. © 2009 Larousse Editorial, S.L.

fiscal

adj fiscal [‘fiskal] relativo a la hacienda pública

ayuda fiscal

Alguien quizás está levantando la mano para objetar que las definiciones españolas hablan del fisco, que solo recauda impuestos, pero el fisco pertenece a las atribuciones de hacienda, que Wikipedia describe del siguiente modo:

La administración fiscal o fisco al conjunto de órganos de la administración de un Estado encargados de hacer llegar los recursos económicos a las arcas del mismo, así como a los instrumentos con los que dicho Estado gestiona y recauda los tributos, englobando tanto los ingresos como los gastos, lo cual supone tanto la planificación de los tributos y demás ingresos del estado (precios públicos, loterías, sanciones, etc.), como la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado para su aprobación por el órgano correspondiente (Congreso, Parlamento u otro). La hacienda pública depende normalmente del Ministerio de Economía y hacienda (aunque esto dependerá de la organización del Gobierno por la que se opte).

Dicho de otro modo, lo fiscal se refiere tanto al egreso (presupuesto) como al ingreso de fondos (impuestos) de las arcas del Estado.

¿Entonces a qué viene la eterna vigilancia que ahora obliga a miles de traductores a andar con un poco más de desconfianza en su uso de términos tan cotidianos como el adjetivo «fiscal»?

La normatividad es una herramienta de cohesión cultural diseñada para evitar que haya un grado de heterogeneidad tan grande que entorpezca la comunicación dentro de una misma lengua. Pero el logro de ese objetivo se ve obstaculizado por la acumulación de recomendaciones inútiles o simplemente erróneas.

Acerca de Miguel Llorens

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Reflexiones sueltas sobre lucha intergeneracional y traducción


Madrid es prácticamente la única ciudad del mundo donde sales de noche y te encuentras con personas de todas las edades. Caminando por la Plaza Santa Ana un viernes en la noche, escuché a una señora sexagenaria decirle a una amiga: «Es que yo no puedo aguantar una semana sin salir». En el resto del mundo, tener 30 años es ser demasiado viejo para disfrutar de la vida nocturna.

***

¿Dije que en Madrid salen todas las edades? Cuando te fijas con más cuidado, observas que la gente joven que sale de noche por Madrid está integrada principalmente por turistas jóvenes de otros países disfrutando de experimentos químicos, alcohólicos y sexuales. Los jóvenes españoles son menos omnipresentes. Uno de los pocos que he visto estaba sentado en esa plaza que baja por la calle Hortaleza desde el punto donde Sagasta y Génova se encuentran. Tenía un recipiente de dos litros de Coca-Cola y una botella de licor cubierta con una bolsa de papel. Obviamente, estaba esperando a sus amigos para armar el botellón. En sus ojos había rabia pura. Creo que pensó que mi mirada era de desaprobación o que yo era un policía, pero era mera curiosidad antropológica.

***

¿Qué tan cabreado estaría yo si tuviera veinte años y estudiara traducción e interpretación? No sé. Pero sospecho que bastante.

***

Un profesor inglés que trabaja en una universidad de Barcelona les dice a sus alumnos que todos terminarán siendo poseditores, les guste o no. La pequeñez liliputiense de este enfoque sobre el mercado laboral me haría arrancarme los ojos.

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Una dueña de una agencia del Medio Oeste norteamericano dicta clases en una universidad local y machaca continuamente a sus estudiantes que no pueden aspirar a ganar demasiado dinero. Recalca que trabajar con clientes directos es difícil. Añade que cuando ella descubre que un cliente potencial trabaja con un autónomo, ella le pide al cliente que le envíe muestras de las traducciones, las analiza y le devuelve versiones corregidas donde indica los «errores» del autónomo. Yo opino que en el mundo de la traducción, donde el sobrecorrector tuerto es el rey, no es difícil condenar como errores cuestiones que son de criterio individual o estilístico. En lugar de enseñar a estudiantes cómo aplicar estrategias para aumentar su ingreso, su prédica es: «No esperen demasiado, que la cosa está color de hormiga». Yo respondí haciendo comentarios irónicos sobre su abuso de una figura en inglés  llamada «comma splice». El comentario se quedó sin publicar. Otros traductores criticaron el tono general de la pieza. Igual suerte corrieron sus comentarios. Otros fueron editados cuidadosamente.

***

Llego a los cuarenta años y compruebo con sorpresa de que me alegro de no tener veinte. Todo es más fácil para la gente mayor. Conseguir trabajo. Conseguir hipoteca. Trabajo menos que alguien más joven y gano más. Y un largo etcétera. En el Reino Unido, un parlamentario conservador escribió un libro donde especula que la lucha de clases ha sido reemplazada por la lucha intergeneracional. Las generaciones nacidas entre 1940 y 1980 disfrutaron de la larga bonanza económica de la posguerra y a la gente joven ahora le toca lidiar con la ruptura de las sucesivas burbujas provocadas por medio siglo de consumo desenfrenado. El capital ahora está en manos de la gente mayor y la gente joven solo posee su mano de obra, que está sometida al duro racionamiento forzado por la escasez de empleo.

  ***

Dentro de ese esquema, los sesentones son la burguesía, los cuarentones somos la clase media y los veinteañeros el proletariado oprimido en ebullición. Si efectivamente la juventud es la vanguardia de la revolución, no es precisamente sabio invitar a los jóvenes a que se atiborren de tarta, a la María Antonieta.

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com. También estoy en Twitter y LinkedIn.

 

Cómo saber si tu reemplazo será un ordenador


My father was fired. He was technologically unemployed… They replaced him with a tiny gadget, this big, that does everything my father does, only much better. The depressing thing is my mother ran out and bought one.

—Woody Allen, Stand-Up Comic: 1964-1968

Hace unos meses abrí una cuenta en un banco de esos que es demasiado grande para quebrar, Dios y Mario Draghi mediante. Aparte de una clave que te entrega la persona que te atiende en la oficina, te envían otra clave por SMS. Pero en mi caso, el envío del SMS no funcionó. Se hicieron varios intentos, pero ninguno de los mensajes llegó a mi móvil. No hay problema. Simplemente llamé a un teléfono donde una operadora gentilmente atendió mi llamada. Quedamos en que enviaría la clave mágica por correo. Esperé una semana. Nada. Dos semanas. Nada.

No hay problema. Vuelvo a llamar. Mismo procedimiento. Mismo resultado. «Espere unos días, que le volveremos a enviar la contraseña por correo». Otra semana. Nada. Otra semana. Nada. Durante el tiempo intermedio, no tengo acceso a mi cuenta ni a mi dinero, porque está diseñada solo para ser gestionada por Internet para ahorrar costes de administración para el banco.

Llega Semana Santa. Mi contadora me solicita las facturas del primer trimestre. Se las envío. Me pregunta por la Seguridad Social. Le respondo que no le puedo enviar el comprobante porque no tengo acceso a mi cuenta y, por tanto, no puedo imprimir la constancia del débito. Insiste. Le explico el problema con más detalle. Yo le planteo la posibilidad de abrir otra cuenta en otro banco y cambiar la domiciliación. Silencio sepulcral. Percibo que al otro lado del teléfono los nudillos de mi contadora se han vuelto blancos debido a la fuerza con que agarra el auricular mientras contempla los trámites necesarios para cambiar dicha domiciliación. Tartamudea. Su voz se quiebra. Me asusta el nivel de susto que he provocado. Cambio de tema para evitarle una apoplejía.

En fin, me veo obligado a regresar a la oficina del banco, cosa que había estado posponiendo mentalmente porque, después de lidiar con media docena de bancos en tres continentes distintos, sabía que iba a terminar de mal humor.

¿Qué opciones me da la persona de la oficina? Hmm, veamos. Otro SMS.

Dicen que la definición de la enfermedad mental es hacer la misma cosa una y otra vez y esperar un resultado diferente. Según esa definición, mi banco es un inmenso manicomio que se distingue por reportar beneficios de forma trimestral y donde los enfermos mentales son los que atienden al público.

Como era de esperar, el SMS no llega. Llamamos al servicio de atención al cliente. La mujer me da dos opciones (ya familiares): 1) un SMS o 2) envío por correo. Dentro de mi alma hay un niño de siete años que está atrapado y gime de dolor. Le digo que no quiero que me envíen la clave por correo porque ya han fallado dos intentos. (A todas estas, ninguno de los dos, ni la mujer del servicio telefónico ni el hombre de la agencia, expresa sorpresa alguna por el hecho de que siete intentos seguidos de enviar la maldita clave han fracasado.)

El procedimiento mental es totalmente binario. «¿Le envío un SMS?» «No, no llega». «¿Se lo enviamos por correo?» «No, tampoco llega». «¿Y si le enviamos un SMS?» («¡Mami!»)

Así es como funcionan los ordenadores. Si la respuesta es «sí», entonces A. Si es «no», entonces B. (Al contrario de muchos fanáticos anestesiados de la informática, yo aprendí programación rudimentaria cuando era niño. Sí, BASIC. No, no es gracioso.) En el mundo de los ordenadores, no hay tercera opción. Si el proceso no se puede reducir a un sí o un no, entonces caemos dentro de un bucle de retroalimentación, cosa que no le sucede a un cerebro humano, que tiene la facultad para salirse del bucle.

Volviendo al futuro, el hombre de la oficina, observando mi creciente frustración, finalmente voltea la pantalla en mi dirección para mostrarme la interfaz. Me indica que solo hay dos opciones: el SMS o el envío por correo. Lo cual yo nunca puse en duda. Pero la razón por la que acudí a él es porque quiero una solución, no para apreciar su destreza en Angry Birds o catar sus predilecciones pornográficas.

Obtener una solución.

Seguir el procedimiento del banco.

Son dos cosas radicalmente distintas. Hallar una solución significa salirse de las opciones binarias que te impone el programa para, por ejemplo: 1) acudir a un supervisor o 2) contactar con una persona que sepa cómo resolver eso o 3) halar la palanca mágica que lleva el rótulo de «aplacar a este tipo tan fastidioso». Ese «algo» adicional es el valor que cualquiera de estos dos empleados habría podido añadir.

Obviamente, mi problema es una excepción, pero precisamente para eso es que los bancos todavía utilizan seres humanos en las oficinas. Teclear en una interfaz binaria lo puede hacer un chimpancé. O lo puedo hacer yo mismo.

Ahora a lo que iba. Ninguno de estos dos puestos de trabajo —ni el de la señora del call center ni el del hombre de la agencia— existirá dentro de diez años. Cuando el banco haya racionalizado aun más los procesos de atención al cliente, el trabajo telefónico emigrará a algún país sudamericano con una divisa deprimida donde la clase media sueña con ser mileurista. El tipo de la agencia, por su parte, será sustituido por una pantalla que proyectará un holograma tridimensional pregrabado. En la pantalla veremos a una guapa empleada bancaria (de curvas incitantes pero discretas) que nos sonreirá con calidez y nos pedirá que la llamemos «María». «María» nos presentará menús de opciones y nosotros escogeremos las opciones correspondientes.

Mientras tanto, afuera de la agencia bancaria estarán el señor que nos solía atender y la señora del servicio telefónico, protestando contra las inhumanas reducciones de plantilla del banco.

¿Por qué? Porque ni la voz del servicio de atención al cliente ni el funcionario de la oficina están añadiendo ninguna clase de valor. Se están limitando a ser meras extensiones del software, que es el que realmente hace el trabajo.

¿Quién tiene la razón? ¿El desempleado que agita el puño contra el neoliberalismo salvaje o el ingeniero de sistemas del banco que busca eficiencias cada vez mayores? Ese es un problema difícil. Siento ambivalencia ante la pregunta. No sé cuál es la respuesta. Idealmente, creo que el pragmatismo es la respuesta: debemos optar por mayor eficiencia si brinda mayor felicidad para el colectivo; menor eficiencia si crea menos felicidad. Pero el problema es que no hay ninguna calculadora de felicidad (aparte del mercado, que es inhumano) que nos brinde esa respuesta.

Pero para mí la moraleja de esta deprimente historia es que debo buscar continuamente formas para añadir valor.

Si lo que yo hago es tomar una palabra de un diccionario y cambiarla por otra en otro diccionario, no estoy haciendo nada que no pueda hacer un ordenador.

Si no leo libros y me limito a leer tuits sobre Cristiano Ronaldo pintándose las uñas en unas vacaciones en Ibiza, allano el camino para ser reemplazado por un algoritmo

Si lo que hago es simplemente limpiar la sintaxis un poco champurreada de un motor de traducción automática, estoy haciendo algo que perderá más valor monetario con cada incremento exponencial en la potencia de procesamiento.

Si escribo entradas de blog sacadas de una plantilla de diez puntos para ayudar a una empresa a optimizar su posición en un motor de búsqueda, estoy desempeñando una labor repetitiva que un ingeniero de computación ruso está tratando de replicar mecánicamente.

Si disfruto recordándole a mi cliente que su ortografía es mediocre, pero no trato de ayudarle a comunicar su mensaje de forma más clara y eficiente, simplemente estoy intensificando el corrientazo de placer que experimentará cuando prescinda de mí.

Un poco como el corrientazo que experimentaré cuando vea a los dos ex empleados de mi banco protestando en la calle de Atocha.

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com. También estoy en Twitter y LinkedIn.

El economista camuflado trae frías estadísticas sobre sesgo arbitral


El inmenso éxito de libros de divulgación económica como Freakonomics y The Undercover Economist ha tenido el efecto colateral de estimular mucho interés en el análisis económico del deporte. Esto también se debe a la creciente influencia que los métodos estadísticos estudiados por Michael Lewis en Moneyball está teniendo sobre el fútbol. El ejemplo más evidente de esta tendencia es Soccernomics, un evidente homenaje al libro de Levitt y Dubner. Pero incluso economistas que no son especialistas en el deporte abordan el tema debido a la abundancia de estadísticas que hay sobre cualquier deporte, que en el caso del fútbol y el béisbol ya cuentan con historias de más de un siglo.

Esta semana el “economista camuflado” del Financial Times, Tim Harford, abordó en un podcast (aquí y aquí) la creencia generalizada de que los equipos grandes, como Manchester United o el Real Madrid, son favorecidos por los árbitros mediante la concesión de más penaltis cuando juegan en casa. ¿Cómo se traduce esta creencia en cifras? Basándose en todos los juegos de la English Premier League desde 2006, un centro de investigación consultado por el podcast llega a la conclusión de que esta supuesta propensión a conceder menos penaltis en casa al ManU es una ilusión.

Al Manchester United le conceden 1 penalti cada 12 juegos en Old Trafford, pero los defensas del modesto Fulham londinense corren con mejor suerte. Les pitan 1 pena máxima cada 14 juegos cuando juegan en casa. De existir, el sesgo es a favor de los equipos más pequeños. El único dato que confirmaría la creencia es que el equipo al que le pitan menos penaltis en casa es el Chelsea, respaldado por la hipertrofiada cuenta de ahorros de Roman Abramóvich. Apenas sufrió 1 penalti cada 18 juegos en casa. Un especialista acota, sin embargo, que el prejuicio de los árbitros no es la explicación: los equipos pequeños juegan defensivamente cuando visitan el Stamford Bridge del Chelsea y, por tanto, tienen menos oportunidades para que les concedan infracciones en el área de los Blues.

Aunque se nota desde lejos que ninguno de los autores del podcast son seguidores del fútbol, incluso hasta sus oídos británicos han llegado las imprecaciones de Jose Mourinho contra la crueldad de los árbitros españoles y las supuestas carantoñas que les hacen al Barcelona.

El problema es que las cifras apuntan más bien hacia un cierto sesgo arbitral a favor del Real Madrid. Basándose en los resultados desde 2006, a los defensas del equipo merengue les cantan un penalti en el Bernabéu cada once partidos. Pero a sus contrapartes del Barça les pitan penaltis con más frecuencia: en 1 de cada 10 partidos. Asimismo, los árbitros les concedieron más penas máximas a los atacantes del Real Madrid cuando juegan en casa. Cantaron 1 penalti cada 4 partidos al Real Madrid jugando en Chamartín, mientras que los chicos de Guardiola solo reciben 1 cada 5 partidos en el Camp Nou. Read ‘em and weep, Mou.

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com. También estoy en Twitter y LinkedIn.

Las aventuras de «Varilla caliente»: ficción erótica traducida por ordenador


 
                                                  «Bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa 
                                            de disección, de una máquina de coser y un paraguas»
 

Ray Kurzweil dice que cada vez está más cerca el momento en que tendremos máquinas inteligentes. Cabe la pregunta de si también tendrán una imaginación sexual. Y desde allí solo hay un paso a rumiar sobre cuáles serán sus preferencias. No tengo una respuesta sencilla a esta pregunta, pero gracias a un experimento poco divulgado en el área de la traducción automática, ya contamos con un atisbo de la Edad de las Máquinas Inteligentes y (Tal Vez) Copulantes.

El relato es uno de los Kindle Singles disponibles en Amazon. Según los gurús de la industria de la localización, las crecientes montañas de contenido de baja calidad exigen legiones de poseditores y millones de motores de traducción de baja calidad. Pues bien, ya hay pioneros que se han adelantado al valiente mundo nuevo de las traducciones literarias hechas por ordenadores para otros ordenadores seres humanos que no exigen demasiadas florituras estilísticas en su ficción.

El título es Varilla caliente. El original se intitula Hot Rod, lo que brinda un ejemplo interesante de la forma en que un ordenador maneja la polisemia. El objeto del deseo de la protagonista se llama Rodney, o Rod, así que hay tres significados posibles: el automovilístico; la referencia al atractivo sexual del protagonista; y la insinuación fálica. El ordenador, ni corto ni perezoso, apuesta sin ninguna clase de pudor por el crudo significado sexual. Lo que pinta bien para el sexo masculino: el futuro sexual humano-maquinístico no tiende demasiado a la indirecta seductiva, sino que va directo al grano, como todo un macho impaciente.

Leah es una mujer divorciada que se muda de regreso a su pueblo natal a vivir en la casa de sus padres difuntos. Pese a que su matrimonio no duró, la joven alberga buenos recuerdos del sexo con su ex:

Relaciones sexuales con su esposo, Esteban, había sido salvajemente apasionado. Lo habían hecho en todas las habitaciones de la casa y en todo momento del día.

De hecho, Esteban era tan buen amante que su ex esposa, cuya memoria quizás queda nublada por el placer, tiene problemas a la hora de recordar su nombre. En la siguiente oración, este Valentino sufre una abrupta metamorfosis, como si fuera una partícula cuya posición y movimiento fuera imposible de determinar simultáneamente con exactitud:

Steven había sido tan apasionado en su hacer el amor como él estaba haciendo negocios.

Perdida en sus reminiscencias apasionadas, la sintaxis de Leah comienza a resquebrajarse:

Él era un animal, y era que prima, sexo sexual, los animales que Leah se perdió.

¿Alguna perversión escandalosa? ¿Un guiño intertextual a Molly Bloom? Eh, sí… quizás… ¿quién sabe?

Avanza la trama. Resulta que el carpintero que Leah contrata para hacer reformas en la casa de sus padres es un antiguo compañero del instituto, la “varilla caliente” que brinda su nombre a esta excursión literaria. Rodney es un hombre sencillo, de clase obrera, pero con cualidades que pronto lo empujarán al primer plano de las predilecciones sentimentales de Leah (el libro tiene 17 páginas y solo dos personajes, de modo que el suspenso no es precisamente el punto fuerte):

Rodney no era sexy o guapo en una especie de manera glamorosa. recurso de Rodney vino de su personalidad más que nada.

A medida que tiene más contacto social con su ex compañero de clases, Leah comienza a notar más y más encantos físicos:

Era un buen tipo, muy humilde, y tuvo el más lindo culo que Leah se había visto en su vida, o uno de los más lindos, y ella no le hubiera importado apretando de vez en cuando.

Sigamos. El relato es corto: Leah invita a Rodney a un baile o Rodney invita a Leah (no es fácil comprender) al «club de país». Creo que Rodney baila bien, aunque la sintaxis y la ortografía del ordenador dificultan un poco la interpretación del texto:

Pero Rodney, oh mi Dios, ¿era un bailarín. Si era tan bueno en la cama cuando estaba en la pista de baile, Leah se han encontrado al hombre perfecto.

A partir de este momento, la lectura se vuelve cada vez más difícil, bien sea por el carácter experimental del autor o por la falta de pericia sexual del traductor. También es posible que el vino ingerido por los protagonistas esté interfiriendo con la inteligibilidad de la conversación y que estemos ante un ejemplo de flujo de conciencia:

“¿Más vino?”, Preguntó. –Claro-dijo, después de ella a la cocina. Se sirvió el vino. “Hacer un brindis”, dijo. Rodney estaba pensando en ello. “He aquí a un chico y una chica que se codeaban todos los días durante seis años, y no se matan unos a otros.” “Muy buena,” dijo Leah.

Y en este punto Rodney se despeña por una serie de reminiscencias completamente incomprensibles sobre una especie de régimen de trabajo forzoso (y ligeramente perturbador) en el instituto donde estudiaron juntos:

“Piense en ello, Leah. Éramos niños, probablemente los doce años, y nuestros cuerpos se vieron obligados, literalmente, unos contra otros, porque había muchos de nosotros y nuestros armarios estaban uno junto al otro, hasta el día que nos graduamos. Esos son años difíciles. Nunca lucharon por la sala de codo.

¿Qué horrores sucederían en esta misteriosa sala de codo? Pasemos por alto los extraños rituales de apareamiento en el Medio Oeste norteamericano. Porque ahora viene lo bueno. Comienza la acción. Varilla y Leah/Lea/Lía se traban en ardiente combate. Pero, de forma casi sistemática, el glosario empleado por el programa de traducción frustra cualquier titilación potencial. Es como si el relato hubiese sido censurado por un inquisidor puritano pero con sentido del humor un poco juguetón:

Ella se moría por tener uno de esos duros de diapositivas de trabajo gruesos dedos dentro de ella.

O mi favorita:

Ella se agachó y se indica la construcción a través de sus pantalones.

Una de las exigencias de la ficción erótica escrita para mujeres es que el sexo no puede ser simplemente sexo. Pese a su brutal literalismo, nuestro ordenador respeta estas convenciones. El placer es tan intenso que logra distraer a Leah de sus cavilaciones científicas:

Cuerpo de Leah estaba más que listo para el sexo, pero Leah estaba sorprendido por sus sentimientos que fueron mucho más allá de la física hoy.

Extraña chica, esta Leah. Una vez que Rodney logra que la mujer deje de pensar en Heisenberg y Marie Curie (¿una táctica para demorar el orgasmo, quizás, como Woody Allen pensando en el béisbol?), el clímax se acerca. En su apogeo, el sexo entre Rodney y Leah suena como una versión al español —no totalmente desprovista de mérito literario— de un poema erótico de e.e. cummings:

Se inclinó hacia delante y empezó a coger él, realmente lo mierda, duro y rápido, gimiendo libremente y en voz alta como su intensificación del placer.

En fin, me alegra reportar que los dos protagonistas culminaron exitosamente su encuentro y que el mismo fue mutuamente satisfactorio, tanto en lo físico y lo científico como en lo emocional.

¿Se trata de una ligada de una sola noche o el comienzo de una hermosa amistad (o algo más)? Como preguntaban las Shirelles en su exquisita versión de las letras de Carole King: «Will you still love me tomorrow?»

En el mundo algorítmico de la traducción automática, las verdades no son concluyentes sino estadísticas. Las relaciones no son estables sino probabilísticas. Somos solo átomos flotando en el vacío cuántico que forman aleaciones fugaces con otros átomos. Sin embargo, el futuro pinta bien para Leah y su Varilla Caliente:

Ella cubierto de Rodney brazos por encima de su cuerpo, y se quedó dormido en los brazos de Rodney Lawton.

Que, parafraseando, significa: «Y fueron felices y comiendo faisanes». O, como sugiere Google Translate: «They were happily ever after».

Acerca de Miguel Llorens

Soy un traductor financiero autónomo especializado en documentos financieros, renta variable, renta fija e informes anuales. He trabajado como traductor de plantilla para Goldman Sachs, RGFT (ahora CLS Communications), H.B.O. y el Open Source Center. Para conocer más sobre mis servicios, visite traductor-financiero.com. También estoy en Twitter y LinkedIn.